De los Libros a la Luna

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jueves, 28 de noviembre de 2013

Reseña: El Lobo Estepario (Der Steppenwolf) - Hermann Hesse

¡Buen día, Lunaviejeros! El día de hoy les traigo la primera reseña para este blog y esta vez se trata de El Lobo Estepario de Hermann Hesse. ¡Espero que sea de su agrado!

"Me complace luego atravesar la puerta de mi cuarto, donde todo esto termina, donde entre los montones de libros todo es desorden, abandono e incuria, y donde todo, libros, manuscritos, ideas , está sellado e impregnado de la miseria del ser solitario, por la problemática de la naturaleza humana."
 —Hermann Hesse. 

El Lobo Estepario (Der Steppenfwolf, en alemán)  es una de las obras más emblemáticas del gran novelista alemán Hermann Hesse. Esta obra está dotada de profundos pensamientos filosóficos a consecuencia de largas meditaciones  y ciertos episodios autobiográficos que caracterizaron la vida del propio Hesse. 
Herman Hesse fue un hombre nacido en Occidente profundamente influenciado por la mística del pensamiento oriental que se ve reflejada en la mayoría de sus creaciones. 

La novela fue publicada en 1927 y se sitúa en una Alemania decadente a finales de la década de los años veinte. El tema central es la inquietud del hombre por encontrar el sentido de su propia existencia  a través de los ojos de Harry Haller, un hombre misántropo y solitario (con naturaleza de lobo estepario) que más adelante, con la ayuda de una misteriosa mujer extrovertida, descubre que hay algo más allá que la simple y cruel realidad en la que vive. 
En su estilo narrativo predominan los monólogos de Haller escritos a manera de flujo de conciencia y  meditaciones que incluyen ideas como el rechazo a la sociedad en general y la profunda aversión a la estupidez humana que domina la época. También prevalecen numerosas reflexiones acerca del suicidio como escape y fin último al sufrimiento y del significado de la vida. 

La obra tuvo un éxito internacional inmediato que provocó un eco a través del tiempo y con esto ha influenciado e inspirado a diversos artistas de distintos ámbitos de mundo del arte. 

Un claro ejemplo es esta creación de arte digital del artista austriaco Christian Schloe.




Me despido con uno de los momentos más culminantes en la novela:

“Un baile nuevo, un fox-trot, titulado Yearning, se apoderó del mundo aquel invierno. Una y otra vez sonó este Yearning, y no dejaban de solicitarlo de nuevo; todos estábamos impregnados de él y embriagados; todos íbamos tarareando su melodía. Bailé sin interrupción con todas las que me encontraba en mi camino, con muchachas jovencitas, con señoras jóvenes florecientes, con otras en plena madurez estival y con las que empezaban a marchitarse melancólicamente; con todas ellas encantado, sonriente, feliz, radiante.”
—El Lobo Estepario, Hermann Hesse. 




Hasta la próxima.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Miércoles de Autores: Jack Kerouac

¡Buenas noches, Lunaviajeros! el autor de éste miércoles es: Jack Kerouac.

«La única gente que me interesa es la que está loca; la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes...sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas.»

Jack Kerouac.


Ilustración: "Fairy Tale is Alive" de Yana.

Biografía breve:

Jean-Louis Kerouac era hijo de una familia de emigrantes franceses de Canadá que se asentó en Estados Unidos. Tras su formación secundaria, fue requerido por varias universidades para su ingreso por ser buen practicante del fútbol americano, e ingresó en la Universidad de Columbia, abandonando el deporte y la universidad como consecuencia de una fractura de pierna, y trabajando poco tiempo como marino mercante. Comenzó a escribir muy joven, y toda su producción la realizó en muy pocos años, caracterizados por una vida nómada y marcada por el alcohol. A partir de 1957, conoció a una serie de escritores de su época, con los que formó la llamada “generación beat” por la cual obtuvo reconocimiento público. Desde muy joven, estuvo influenciado por las filosofías orientales, convirtiéndose en un practicante budista. Murió por las consecuencias de una cirrosis.
Fue autor de poemas y novelas, entre los que, como él decía, no encontraba diferencia.






jueves, 31 de octubre de 2013

Los Libros no Espantan... (sólo algunos)

<<"Me ha llegado el delirio", pensé ante la evidencia. Me desperté con un principio de terror. Seguí tumbado, con el corazón latiendo de prisa, intentando descubrir qué me había asustado>>
William Burroughs 

¡Buen día, Lunaviajeros! Este jueves de Halloween he traído una lista que he realizado de mi Top 5 de Literatura de Terror. Siendo sincera, no acostumbro leer muchos libros de este género pero definitivamente estos me dejaron con los pelos de punta.
¡Perfectos para una noche de Halloween escalofriante!...

Y bien, comenzamos...





1.
Título: El Resplandor (The Shining - 1977) 
Autor: Stephen King


2.
Título: El Gato Negro y Otros Cuentos (The Black Cat and Other Stories - (1843)
Autor: Edgar Allan Poe 


3.
Título: El Señor de las Moscas (Lord of the Flies - 1954)
Autor: William Golding 



4.

Título: Los Mitos de Cthulhu (The Cthulhu Mythos - 1928)
Autor:  H. P. Lovecraft


5.
Título: El Extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde (The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde - 1886)
Autor: R. L. Stevenson

¡Qué disfruten una noche de lecturas estremecedoras!
Me despido con una de las piezas clásicas más escalofriantes de la historia...
Con ustedes, el gran Mussorgsky:




Hasta la próxima...




martes, 29 de octubre de 2013

Especial: H. P. Lovecraft

"La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido"
Howard Phillips Lovecraft

¡Buenas noches, Lunaviajeros! Como les comenté en la entrada pasada, estamos a punto de despedir el mes del terror y esta noche les comparto un pequeño especial del famoso escritor estadounidense Howard Phillips Lovecraft. 

¿Quién fue H. P. Lovecraft?

Ilustración: "Lovecraft In Salem" de Matteo Bocci

Fue un escritor estadounidense; autor de novelas, poemas, relatos de terror y ciencia ficción. Es considerado como uno de los grandes innovadores del cuento de terror.
Lovecraft poseía una exuberante imaginación que, inspirada en su ídolo, Edgar Allan Poe,  lo llevó a la cumbre de la creación de relatos fantásticos e inigualables que lamentablemente sólo llegaron a obtener la fama y reconocimiento después de su fallecimiento. 

Obra
Su obra constituye un clásico del horror cósmico , una filosofía literaria desarrollada por el mismo Lovecraft en la que los elementos principales son el terror sobrenatural y a su vez integra componentes relacionados a la ciencia ficción.  
Se dice que sufría de pesadillas constantes que eventualmente fueron las herramientas que le proporcionaron una inspiración directa para la creación de su trabajo literario, siendo de esta manera, un viaje directo a las profundidades de su inconsciente.

Legado
Las creaciones de este escritor dejaron una gran e importante huella para la posteridad en el mundo de la literatura así como han inspirado a diversos artistas a continuar narrando y plasmando aquellas pesadillas y visiones a través de creaciones que involucran medios literarios y audiovisuales. 

Un ejemplo claro es este maravilloso cortometraje titulado A Lovecraft Dream creado por el grupo Cthulhu Films.

Este cortometraje animado nos muestra un episodio donde Lovecraft tiene una pesadilla, en ella aparecen diversos personajes y elementos que al despertar plasmará entre las páginas y que posteriormente darán nacimiento a quizá, el más famoso de sus relatos: El Llamado de Cthulhu, una obra maestra, ícono de la literatura del terror cósmico. 

Esta es una entrada dedicada a todos aquellos amantes de la literatura de terror y, por supuesto, del universo lovecraftiano... 

Hasta la próxima. 


lunes, 28 de octubre de 2013

El Gato Negro - Edgar Allan Poe

Ya casi llega a su fin el mes del terror pero antes de despedirlo compartiré uno de los cuentos más escalofriantes del famoso escritor estadounidense Edgar Allan Poe (1809-1849).
El Gato Negro es un cuento que fue publicado por primera vez el 19 de agosto de 1843 en el periódico Saturday Evening Post de Filadelfia. En él se reflejan las más oscuras emociones y obsesiones que pueden llegar a dominar al ser humano; tales como el odio, el horror, la demencia, el rencor y el alcoholismo. 
¡Espero que lo disfruten, Lunaviajeros!



El Gato Negro (The Black Cat) -1843-
Edgar Allan Poe 

No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.
Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre.
Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato.
Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.
Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle.
Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.
Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.
Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido.
El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla -si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más misericordioso y más terrible.
La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: "¡Incendio!" Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza.
No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle. Las palabras "¡extraño!, ¡curioso!" y otras similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo del animal.
Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver.
Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar.
Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho.
Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada de él.
Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se convirtió en el gran favorito de mi mujer.
Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni por qué- su marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gradualmente -muy gradualmente- llegué a mirarlo con inexpresable odio y a huir en silencio de su detestable presencia, como si fuera una emanación de la peste.
Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue precisamente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros.
El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismo- por un espantoso temor al animal.
Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía la única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida; pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello odiaba, temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra..., ¡la imagen del patíbulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!
Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso -pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado eternamente sobre mi corazón.
Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos, los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba.
Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies.
Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara de una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver en el sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas.
El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliencia de una falsa chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese descubrir algo sospechoso.
No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal de haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno, triunfante, y me dije: "Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano".
Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al final me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma.
Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada.
Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen. No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi corazón latía tranquilamente, como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y confirmar doblemente mi inocencia.
-Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy bien construida... (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de excelente construcción. Estas paredes... ¿ya se marchan ustedes, caballeros?... tienen una gran solidez.
Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi corazón.
¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios exultantes en la condenación.
Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la escalera quedó paralizado por el terror. Luego, una docena de robustos brazos atacaron la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!

viernes, 25 de octubre de 2013

Haruki Murakami

Inauguraré este blog literario compartiéndoles un Prezi que he realizado en la que se muestra una breve cronología de los libros que ha publicado el escritor japonés Haruki Murakami, uno de mis autores favoritos.



sábado, 19 de octubre de 2013

«Para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro»

"Para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro"
––Emily Dickinson


La lectura nos invita a descubrir nuevos universos, alimenta nuestra inteligencia y nutre nuestros sueños y aspiraciones. Leer es conversar con los grandes autores del pasado y del presente, porque cuando leemos creamos un vínculo con ellos, una especie de amistad: una amistad que por las barreras del tiempo y del espacio, se encuentra arraigada en las estrellas. 



La creación de este blog tiene el propósito de promover el amor por la lectura y a su vez se publicarán textos varios, poemas, fragmentos de libros, breves reseñas e ilustraciones que aludan a la pasión por leer. 

Acerca del título del Blog:
De los Libros a la Luna hace alusión a la famosa novela de Jules Verne titulada De la Tierra a la Luna. 


¡Bienvenidos a De los Libros a la Luna!


Poema "Espero Curarme De Ti" - de Jaime Sabines


El día de hoy les comparto un poema del poeta y escritor chiapaneco Jaime Sabines que se titula "Espero curarme de ti"